Tras largas horas de errático deambular por los túneles, por fin aprecié la claridad de la salida.
Mi vista cegada por la intensidad del sol apenas vislumbraba manchas de colores que giraban a mi alrededor. Cuando mi visión se aclaró descubrí que estaba rodeado por pequeñas aves que se afanaban en sus labores sin apenas prestarme atención.
Sus plumas emitían destellos multicolores que me hicieron olvidar la subterranea oscuridad y me quedé allí durante varios minutos, hipnotizado de color. Después recordé que debía alejarme antes de que me echaran en falta y emprendí la carrera hacia mi libertad.
Solamente una vez volví la vista atrás, las aves seguían allí, ajenas a mi angustia, disfrutando del día, revoloteando, gritando y jugando como duendecillos con los rayos del sol.
Txanbelin
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